sábado, marzo 12, 2005

Historia Penúltima

Una hora más ha pasado, pensé mirando tristemente el reloj pegado en la despostillada pared de mi oficina. Me llamó hoy en la mañana y quedamos en vernos en la noche. ¡Ah! lo veía venir, sabía que ella ya no se sentía conmigo como al inicio de nuestra relación. Fui un tonto al pensar que podría tener a alguien tan maravilloso por tan largo tiempo, tengo tan mala suerte que si la combustión espontánea existiera, yo sería el único caso registrado. He pasado casi toda la tarde pensando en lo que me dirá, cómo lo hará y si me afectará como esperaba que lo hiciera. Las horas pasaban. Trabajé todo el día tratando de no sentirme aprehensivo, me dediqué a mis asuntos como si el mundo siguiera girando y yo no tuviese una sentencia de muerte a ejecutarse al llegar la noche. Al fin, llegó la hora de la salida y me dirigí a mi casa, tenía un plan, era la única alternativa que me quedaba. Esta es la solución, pensé, es un proceso doloroso pero no tanto como lo que ella me haría sentir. Salí de mi casa al cabo de media hora y me dirigí al restaurante acordado. Ella me esperaba ahí. Conversó conmigo y me dijo lo que yo más temía. Sin piedad destrozó mis esperanzas como un depredador desmembra a su presa. A cualquier otro, un ataque tan frontal y despiadado como al que yo estaba sometido lo podría haber aniquilado, pero no a mí, no sentí absolutamente nada. Mi plan funcionaba a la perfección. Al cabo de una hora, se cansó de roer mis despojos y se fue. Aún perplejo, volví a casa, en el fondo sabía como debería sentirme pero no lo hacía. Entré a mi habitación y me desnudé. Me acerqué a un estante y marqué la combinación de seguridad. Seguía pensando en si había pasado el suficiente tiempo como para realizar la reinserción. Creía que no, pero aún así no me detenía. Abrí la portezuela del anaquel y saqué el frasco que sólo unas horas antes había abierto. Miré a través del cristal y lo contemplé por unos minutos, aún estaba ahí dentro, puro y sin mácula. Abrí el recipiente y lo tomé con mucho cuidado, como el tesoro que era, y me lo coloqué dentro del pecho. Sentí un dolor agudo al principio que se trastocó en alegría en cuanto volví a escuchar nuevamente dentro de mí, los latidos de mi atribulado corazón.